domingo, julio 24, 2005

Un segundo de reflexión (2)

Al conocer ayer las noticas sobre el nuevo éxito de la resistencia los desheredados del mundo contra el mar de injusticia global, 88 muertos en la voladura del Hotel Ghazala Garden de Sharm el Sheij, imaginé a los autores, publicistas y multiplicadores de necedades varias dedicando un solo segundo a reflexionar sobre el calendario reciente de los jihadistas. ¡¡¡Oh, sorpresa!!! Olivier Roy, experto islamista y autor que ha dedicado numerosas obras llenas de sentido común al fenómeno del terrorismo global, publica hoy en el New York Times y en El Mundo, diario que se ha caracterizado por una sangrante doble línea respecto al terrorismo islamista, un breve artículo que sirve para desnudar, otra vez, las falsedades y excusas en las que coinciden los talibán bomba, los matarifes que se sirven de ellos y los apparatchik que solo han necesitado un leve chasquido neuronal para sustituir la bandera roja por el burka y el proletariado universal por la umma para seguir siendo antiamericanos porque son antioccidentales. En ese proceso de mutación han logrado alcanzar el nihilismo total: antes, cuando los misiles de la paz desfilaban en el Kremlim, disimulaban su nada más absoluta en la existencia de otro mundo en el lado oscuro del muro de Berlín. Por supuesto que era otro mundo posible porque ellos, los utópicos, se resistían a hacer de ese otro mundo el suyo propio aferrados como estaban y siguen estando al disfrute pleno de nuestro degenerado mundo. Una vez ahogada en sangre la utopía racial y muerta de éxito la utopía soviética abrazan con la misma fe que antes su furor destructor para proclamar que sigue existiendo otro mundo posible: el de los escombros. Piedras y cuerpos deshechos por obra y gracia de los últimos cavernícolas, supervivientes de la edad media que se niegan a perecer quinientos años después de que la imprenta barriera la penumbra.

Me interesa destacar a este último grupo, el de los nihilistas antioccidentales que nunca han dejado de ser occidentales, porque su impostura es doble. Los yihadistas y el islamismo radical en su conjunto se esfuerzan en crear excusas ad hoc para dar rienda suelta a su proyecto violento de reacción frente a la modernidad (qué sobresalientes similitudes las de estos nuevos carlistas con aquellos que al grito de Dios y Ley antigua repugnaban al mismo tiempo de locomotoras y constituciones liberales hace tan solo cien años). Llenan sus discursos de geografías bombardeadas pero cuando Mohamed Atta y sus compañeros se estrellaron contra el WTC no les impulsó ni Irak ni Afganistán. Recurrieron a la defensa de los santos lugares del islam en Arabia Saudí pero durante una década de presencia norteamericana en la península arábiga sus caballos de batalla se encontraban en Afganistán, Bosnia, Chechenia o Cachemira. Usan y abusan de la palabra Palestina pero no se conoce el caso de un solo terrorista de Al Qaeda muerto, herido o detenido por los israelíes porque ni uno solo asomó su turbante por las proximidades. Como acertadamente plantea Roy en su artículo, si los conflictos de Afganistán, Irak y Palestina explican el terrorismo ¿por qué hay apenas afganos, iraquíes o palestinos entre los miembros de Al Qaeda que atacan NY, Bali, Madrid, Estambul, Londres o Sharm el Sheij? ¿Por qué un paquistaní nacido en Leeds, un marroquí de Lavapiés o un saudí educado en Hamburgo están más enfadados que un afgano por la presencia de tropas bajo el mandato de la ONU en Afganistán? La respuesta es simple: porque a los inspiradores del terrorismo islamista y a sus huestes no les importa lo más mínimo Afganistán en cuanto tal sino que se sirven de Afganistán o Irak como excusa.

Volvamos ahora a nuestra hiproggresía. Se alimentan, al igual que los yihadistas, de las mismas mentiras que éstos para dar rienda suelta a su propia Verdad revelada, la misma que se hizo pedazos a finales de 1.989. Pero si el islamismo cavernario encuentra en esas excusas los hitos para legitimarse entre los musulmanes mediante el victimismo nuestros benditos creen poder cabalgar a lomos de Bin Laden para satisfacer su particular fuente del rencor. Saben que ni Afganistán, ni Palestina ni Iraq son explicaciones válidas para que un grupo de niños mimados de Leeds llene de sangre el metro de Londres porque entonces tendrían que haber defendido, desde hace años, que un grupo de saharauis hartos de ocupación y represión marroquí tenían y tienen el mismo derecho a bombardear el metro de Berlín y tendrían que haber defendido igualmente que varios monjes tibetanos volaran la capilla sixtina o el kremlim para denunciar la ocupación de su país por China. Se guardaron mucho de hacerlo. De hecho, si creyeran que son explicaciones válidas tendrían que dejar de ser proggres e izquierdistas para abrazar la única opción posible: el islamismo en esta puro, según lo interpreta Bin Laden, que hizo otro mundo posible en Afganistán gracias al mullah tuerto. Es cierto que algunos incautos que terminaron convencidos de sus propias mentiras dieron el paso desde la extrema izquierda nihilista al islamismos radical y terrorista igualmente nihilista. Pero son una minoría irrelevante. Para la mayoría de antioccidentales que forman la columna ideológica de la izquierda su alternativa a Occidente no es la madrasa. Su alternativa no es el paraiso de las huríes sino el paraiso comunista, hoy felizmente extinto. De ahí su doble impostura: saben de la falsedad de las excusas y mentiras simbólicas; no comparten el objetivo del islamismo radical; pero se sirven de unas y de otros en su propia cruzada antioccidental. Creen poder engañar a unos y a otros, como el aprendiz de brujo, para conveniencia de sus propios intereses. Utilizan la retórica compungida a cada acto de barbarie terrorista pero no evitan ocasión para celebrar el castigo a los causantes de las injusticias que, dicen, asolan el mundo, es decir, occidente; se visten de luto pero aprovechan cada ocasión para arrojar los muertos a su verdadero enemigo, occidente, o a quien, circunstancialmente lo personifica en un lugar (Blair, en Londres) y en un momento (Aznar, el 11-M). Tomemos como ejemplo el editorial de hoy mismo de
El País. Despues de años insistiendo en cada titular, en cada entrevista, en todos y cada uno de sus artículos, en la inexorable vinculación entre Al Qaeda e Iraq, falacia que alcanzó su grado máximo tras la masacre de Madrid en marzo de 2.004, hoy, tras la nueva matanza se desmelenan con la siguiente afirmación: "Pero estos dos atentados [se refiere a Londres y Sharm el Sheij], como los de Nueva York, Madrid o Bali, obedecen a un mismo guión y a una misma estrategia de ese terrorismo islámico global, que busca el aplastamiento de Occidente al estimar que representa una sociedad moralmente decadente." Hoy, domingo 24 de julio de 2005, El País nos explica que los atentados de Madrid forman parte de un guión cuyo desenlace sería, caso de alcanzar el éxito, el aplastamiento de Occidente. Hoy, cuando la verdad es irrefutable, cuando las elecciones quedan lejos, cuando ZPlaf sonrie bobaliconamente también en la China, El País se desdice de dos años de excusas, falacias y mentiras. No era Iraq. ¿Lo hacen porque han reflexionado durante un segundo? No, no seamos tan optimistas. Volverán a recurrir a las mismas tergiversaciones en cuanto les sea preciso. Pero si Lenin no tuvo ningún problema para, tras exterminar a la burguesía rusa y recurrir, acto seguido, a sus supervivientes para apuntalar un régimen que se tambaleaba merced a la hambruna ¿por qué no habrían sus herederos en el arte de la propaganda y la mentira decir una cosa y su contraria? A fin de cuentas ahora un ataque terrorista islamista pondría en el disparadero a su propio candidato. El único segundo de reflexión que se permitió el editorialista de El País fue para tratar de encontrar respuesta a una pregunta: y si mañana vuelan el metro de Barcelona ¿A quien culpamos?